En un comentario aparecido en la
entrada “Cuando los zorros cuidan a las
gallinas”, un amable anónimo afirma que cualquier cosa que digamos es para
nada. Desde el punto de vista filosófico, por el nihilismo que encierra, daría
para un interesante debate en el que un servidor estaría de su parte. No
obstante, entiendo que la sentencia no se refiere tanto a cuestiones
metafísicas sino que se limita a poner de manifiesto el pesimismo o, al menos,
el escepticismo de que sirva para algo… en Tharsis.
Aunque hay que reconocer que es
casi verdad que no merece la pena decir nada si lo que se pretende es encontrar
alguna reacción, es ese casi el que desde
mi particular punto de vista no hace acertado el comentario, y el que creo necesario matizar. Para que él
sepa cuál es el principal motivo por el que un servidor- y cualquier persona- está obligado a que decir lo que piensa, lo
haré apoyado en el pensamiento de un sacerdote que, como el actual Papa
Francisco, perteneció a la orden de los jesuitas.
Puede que algunos, después de
haberme declarado nihilista,
encontrarán contradictorio que recurra a alguien con una filosofía tan
marcadamente espiritualista, pero yo
no lo creo así.
A él, quienquiera que sea el
anónimo amigo, le dedico la siguiente
historia extraída de “El cantodel pájaro”. En este bello libro escrito por Anthony de Mello en 1982, el religioso busca el crecimiento espiritual de sus
lectores mediante la lectura sosegada y reflexiva de los breves cuentos (budistas,
cristianos, Zen, etc.) que lo componen. Ya recurrí a De Mello en este blog (Rebeldes domesticados) para explicar
alguna cosa que estaba ocurriendo en nuestro pueblo. Ahora, en el enlace,
podrán encontrar la versión en PDF del libro.
El cuento que escojo para
responder es mucho más profundo que largo. Muy sencillo. Se titula Gritar para quedar a salvo…e incólume.
Espero que dé respuesta a la cuestión que nos propone el comentario aparecido y,
claro, que os guste.
Buena lectura.
Una vez
llegó un profeta a una ciudad
Con el fin
de convertir a sus habitantes.
Al principio
la gente le escuchaba
Cuando
hablaba, pero poco a poco
Se fueron
apartando, hasta que no
Hubo nadie
que escuchara las
Palabras del
profeta.
Cierto día,
un viajero le dijo al
Profeta:
“¿por qué sigues
Predicando?
¿No ves que tu misión
Es
imposible?”.
Y el profeta
respondió:
“Al
principio tenía la esperanza
De poder
cambiarlos. Pero si ahora
Sigo
gritando es únicamente para
Que no me
cambien ellos a mí ”.
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