Pasé de la mañana al crepúsculo candente de su pelo.
Debo reconocer que bajé de una nube sin intención
De desbordarme en nuevas manos,
mas la abundancia de argumentos hermosos
me hizo cumplir el rito de aceptar desafíos.
No sé, si como la obligación ineludible del apetito que
siento por la carne.
Pasé tan de repente por sus hambrientos brazos
Que fui rayo perdido en la tormenta salvaje de su lecho.
Allí donde el sueño se topa con la aurora
Debí trepar sin
fuerzas por la ansiedad de posturas prohibidas
guardando la ternura detrás de las ojeras.
Puedo decir sin rubor que lo cotidiano se suicidó asustado
entre sus piernas.
Sin besos, sin palabras, sin regalar siquiera una caricia.
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