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domingo, 12 de agosto de 2012

El derecho irracional

 







¡OJO con el asunto de querer encerrar a los de los carritos de comida! La política no puede imponerse a la justicia presionando y exigiendo una pena para quienes no han cometido ningún delito. Ya puestos, delito es violar la conciencia colectiva, violar valores constitucionales, universales y de puro sentido común como es que el derecho a comer es fundamental y está antes que la obligación de pagar; o que no puedan echarte como a un perro de casa por haber perdido el trabajo. Estos principios, cotidianamente pisoteados en España, deberían ser sagrados para una sociedad civilizada, solidaria y democrática. Y eso ¿quién de los dos lo ha violado?
Si ésta política mafiosa con sus jueces títeres de bastón de apoyo continúan por el camino de pasar cariñosamente la mano a los de arriba, y con esa misma mano castigar duramente a los de abajo, es sólo cuestión de tiempo que el contrato social se rompa y todo estalle en mil pedazos.
Decía Gandhi que, en cuanto alguien comprende que obedecer leyes injustas es contrario a su dignidad de hombre, ninguna tiranía puede dominarle. Y llevaba razón.

En España, millones de personas estamos siendo conducidos a la necesidad extrema, a la pobreza y al infortunio de carecer de trabajo y de salario para afrontar las más básicas y esenciales necesidades. En muchos casos, hasta de comida y cobijo. Para esas personas todo está perdido. Es la desesperación. Y ¡cuidado! la desesperación siempre busca una salida y hasta a los más cobardes les infunde valor. Ya sé que es difícil que llegen a rodar las cabezas, pero que lo tengan en cuenta los golfos que con unas siglas o con otras nos gobiernan.

Publicado en prensa en Agosto de 2012.

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Datos personales

Nací en el verano de 1962 en Tharsis.Aunque la mayor parte del tiempo la he pasado en esa mina también he vivido en otros lugares de España y Europa. En mi biografía nada reseñable. Nada de lo que sentirme especialmente orgulloso. Soy, eso que se dice, un tipo corriente. Aunque eso sí, debo confesaros que he vivído.