Buscar este blog

domingo, 23 de septiembre de 2012

LA MINA DE SANTO DOMINGO



 
Tuvimos suerte, había una mesa libre. Mientras caminábamos hacia ella escuchábamos que en varios grupos se hablaba inglés y en otros alemán. Cerca de donde nos sentaríamos una mujer le pedía a un niño que comiese un poco más, y lo hacía en español. Al fondo, una pareja comía caracoles mientras bebía gin-tonic. Debían de ser americanos; la camiseta de ella, que en realidad era una bandera les delataba.

Nos sentamos. Mientras esperábamos al camarero tuve ocasión de ver como dos chicas de modelada figura se tumbaban sobre la blanca y limpísima arena de la playa mientras que sus acompañantes masculinos se dirigían al embarcadero para alquilar algunas piraguas. Niños jugando al sol mientras sus madres les observaban bajo las grandes sombrillas de paja. Muchos adolescentes que aprovechaban los juegos para rozar con disimulo sus cuerpos semi desnudos. Jóvenes ancianos que reían alegremente en torno a cervezas sin alcohol y zumos. Todo era bello y natural.

Desde la distancia nos llegaba una música de acordeón. Era un numeroso grupo que celebraba algo, quizás estar vivos, bajo la sombra de los árboles del merendero.

A nuestra izquierda y a cinco minutos a pie, sobre una suave colina, se erigía magnífico el hotel. Un cinco estrellas de 31 habitaciones que entre otras cosas tenía piscina de agua salada y observatorio astronómico. Debía de ser hermoso mirar ese cielo una noche clara de verano, pensé. Me contaron que lo construyeron sobre un antiguo edificio colonial de épocas ya pasadas.

Después de comer nos daríamos un chapuzón en aquellas aguas sin algas ni medusas, cálidas e íntimas como el lugar que por azar habíamos descubierto.

Uno de los camareros, con cierta dificultad y mucha simpatía nos preguntó si era la primera vez que visitábamos la zona, a lo que respondimos que sí. No tardó un minuto en tener sobre la mesa folletos y mapas de todos los tamaños y colores con información sobre los pueblos que constituían la comarca. Nos recomendó la visita al mini parque que recreaba un antiguo poblado minero en donde habían replicado las primitivas casas y la vida de entonces.

Al atardecer podríamos visitar la exposición de fotos del lugar y después, recorrer aquellos singulares paisajes donde se funden el olor del azufre y de la historia. En los próximos años, nos dijeron, pondrían en marcha el antiguo ferrocarril minero.

Teníamos que marcharnos y así lo hicimos, pero a duras penas y con el corazón encogido y prometiendo volver para conocer en profundidad aquella zona que no es, como podría parecer por esa playa de arenas blancas y limpias Saint Tropez ni Mallorca, sino la Mina de Santo Domingo, en el Alentejo portugués. Un pueblo de setecientos habitantes que no tiene mar ni río, pero sí gente con imaginación suficiente para sacarle rentabilidad al patrimonio que la mina y la historia les dejó.

Después se enfadarán si llamo inútiles a los alcaldes del Andévalo. No sé qué pintan. Con haber leído las 10 páginas que la Fundación Forja Siglo XXI hace sobre propuestas de actuaciones y posibles proyectos a desarrollar en el Andévalo creen haberlo hecho todo.

Estos, seguramente, son incapaces no sólo de leer todo el documento, que no es extenso ni útil por cierto, sino de comprender que el dinero de Europa era la garantía de lo que podríamos ser en el futuro. Tampoco parecen darse cuenta estos señores de que se irá por el sumidero del despilfarro dejándonos vacios de realidades y de sueños. 

 

 
Publicado en prensa en Agosto de 2005

1 comentario:

camelia del rio fernández jesus verdejo jara dijo...

Cuanta cordura y que bella descripción del lugar al que queremos ir esta misma semana. Un saludo desde la Sierra donde la clase política rivaliza en inutilidad con la del Andévalo.

Datos personales

Nací en el verano de 1962 en Tharsis.Aunque la mayor parte del tiempo la he pasado en esa mina también he vivido en otros lugares de España y Europa. En mi biografía nada reseñable. Nada de lo que sentirme especialmente orgulloso. Soy, eso que se dice, un tipo corriente. Aunque eso sí, debo confesaros que he vivído.