MÍRAME

Hijo, mírame. Ya no soy joven. Aún no estoy vencido ni fatigado, pero ya no soy joven. No voy a derramar lágrimas por ello, ni voy a revolverme contra el mundo por haber perdido la frescura que tu tienes. Pero ya no soy joven.
Mi cuerpo ya no fascina por su fuerza moldeada, y mis rasgos se acercan más a lo grosero que a la armonía que sedujo a mis muchas amantes. En torno a mi mirada se adivinan los muchos excesos que en nombre de la vida cometí. De nada me arrepiento, pues he vivido.
Ante mis ojos se han agitado mundos, con sus infiernos y sus cielos. He sido huésped curioso de cuantos delirios y sueños puede un alma soportar sin envilecerse. Y si no quebró mi corazón fue por la esperanza de conocer el milagro de tu sonrisa distraída.
Hijo, yo volví de mi mundo para tocar tu piel suave renunciando a dios y al paraíso, y nunca me pesó.
Hoy ya no puedo hacer lo que quiero. Sigo amando la libertad, pero me esfuerzo menos: los años me han hecho perezoso para casi todas las cosas importantes.
No soy feliz, y algo tiene que ver contigo. No puedo entender como te arrastras por lo cotidiano dilapidando días de una juventud triste en donde alternan la frivolidad y el vacío del hastío.
Mírame si no quieres escuchar lo que digo, comprenderás que tu juventud tiene una apariencia hermosa que hay que aprovechar porque no vuelve.
Tu juventud ahora te espera en todas partes, no temas vivir, mañana será tarde.
Ama tu juventud y no la ahorres. Gástala si no quieres ser como esos hombres tristes, sin recuerdo de sueños, que fúnebres envidian, critican y temen vuestra fuerza.