Fue en 1998 cuando terminó de ver la luz AGUAVIEJA, libro de agradable lectura e indudable atractivo para cualquier persona pero fundamental para todo aquel que se sienta tharsileño.
Se podrían destacar muchos aspectos de ese “cuaderno de nostalgias” con que nos obsequió Ramón Llanes. En mi humilde opinión, una gran parte de su belleza se debe al sacrificio de la obsesión estética que impregna su obra en favor de una prosa esmerada pero sencilla que resultase asequible para las personas que deberían ser los naturales lectores de éste trabajo.
Y esto que seguramente no fue fácil, le reporta al poeta un plus de gratitud de quienes no estamos especialmente introducidos en el lenguaje cultivado. Un mérito que debe resaltarse, ya que no es fácil escribir para todos.
Aquí Ramón lo consigue anteponiendo el fondo, dando primacía al mensaje que, si no me equivoco, es el de la nobleza y la ética de una sociedad y un ambiente ya perdido.
Y llega al objetivo no sólo haciéndolo cercano y asequible para todos, sino además, sabiendo mantener el equilibrio con una estética poetica que si no brilla en exceso creo que es para no distraernos a los lectores de los objetivos perseguidos por el poeta.
Para mí AGUAVIEJA es el mirador donde a veces me asomo para encontrarme con lo que fui, con lo que fuimos como sociedad y como pueblo. Un libro que me sirve de máquina del tiempo para transportarme hacia sensaciones durmientes u olvidadas algunas veces y que en otras ocasiones me lleva hacia aquellos escenarios por donde, aún siendo muy joven o apenas un niño, transitaba de la mano de esa inocencia casi perdida en donde comenzaba a intuir esas singularidades que nos hacían especiales como pueblo y únicos como personas.
No cabe duda de que eran tiempos muy alejados de las globalizaciones y de los patrones de conducta estándar que hoy se nos imponen y que han terminado relativizando todas esas pequeñas cosas que nos son propias y dan sentido a la existencia en el medio rural.
Ahora corresponde a cada lector encontrar a través de las páginas y de los diferentes paisajes de éste libro imprescindible sus propias nostalgias, sus íntimos recuerdos o su espejo. Para quienes por su edad o por sus circunstancias no conocieron a las personas, o no conocen algunos de los entornos que Ramón nos retrata, es sin duda una manera amable de iniciarse en el conocimiento de lo que también fue la “Tierra Madre” en algún momento de nuestra joven pero rica historia. También para entrar en el conocimiento de nuestras tradiciones, en nuestro patrimonio natural o en la cultura que nos diferencia y nos acerca a otros pueblos del entorno.
Aunque es la percepción subjetiva de una realidad positivamente deformada al pasar por el filtro de los ojos y del sentimiento de un Poeta, no hay nada inventado. Son personajes ciertos, paisajes no idealizados sino reales aunque, eso sí, recompuestos por Ramón para goce y deleite de todos los tharsileños que no tenemos el talento de poner en palabras las emociones y el sentimiento que encierra AGUAVIEJA.
Con una lectura sosegada, dejándonos llevar por las palabras y el sentimiento, creo que sin grandes esfuerzos, nos reconocemos como parte integrante de esos paisajes, de aquel momento o cercanos a aquellas personas que nuestro paisano nos presenta.
Tenemos la suerte de disponer de un Poeta de la talla de Ramón Llanes. Por eso creo que es sólo cuestión de tiempo o de que cambien algunas cosas y personas el que algún día tenga en su pueblo, que también es el nuestro, el reconocimiento que su humanidad y su obra merece. Así lo espero y, porque supondría que marchamos por la senda correcta, también lo deseo.
Ramón Llanes no me ha puesto objeciones. Por lo tanto, tengo la
intención de poner en éste sencillo blog gran parte de AGUAVIEJA como homenaje a su labor y como homenaje a nuestra memoria. Hoy, por la
proximidad con el día en que los tharsileños celebramos el Sandalio, te invito
a que leas y recrees, en la memoria al menos, EL SANDALIO que Ramón nos contó. Espero
que disfrutes.
EL SANDALIO
Entre vueltas y
vueltas, trenzadas suavemente las manos por alguna razón, aprendimos las coplas
y el baile de tan insólito festejo. Se celebraba la gloria o tal vez fuera un
canto más a la alegría o la convivencia. Y es allí todos los años, en las
espirituales encinas de El Barrito a donde comparecen los canastos con el bollo
en busca de un cobijo que se da por hecho.
En el corro supimos del
lenguaje de los ojos y de la impaciencia de las manos. Una eterna observación;
vuelta, copla y baile para quedarte en el lugar que te brindan los primeros
signos del romance. “Hasta los limones saben que nos queremos los dos”, hasta
conseguir enlazar tu mano con la mía y gozar por tal placer bajo el suspiro
centenario de la risueña encina.
El Sandalio trae los
latidos de la primavera insinuándose en el campo y el primer olor fuerte a
chorizo de la última matanza. Perdura en la intimidad de las mujeres su
pretensión amorosa y en las niñas la sublimación de sus encantos. Es tiempo de
amor, algo quedará en la tierra como ofrenda a ese nuevo retoño del
desasosiego, algo entre las manos del corro, el vino y el calor de las retinas
que nos recordará una primavera distinta.
La cafetera sirve otro
manjar antes de la partida. Las voces y los cantos se mezclan en la tarde
novicia con sones de clarinete propiciando el revuelo que la ocasión había
preparado.
El Barrito es mesón
acogedor de caminantes y posada imperturbable a la intemperie que yace en los
aledaños de un paraíso pueblerino, localista y único. Es El Barrito la alfombra
que acaricia los pies cansados y enaltece las luces del amor primero.
El Sandalio recupera la
unión esparcida tanto por las calles, hace de consejero, confesor y padre;
recompone las sonrisas adormecidas y se limita a devolver al hombre otra
cadencia y un íntimo suspiro de mujer.
Ramón Llanes
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